sábado, 26 de octubre de 2013

CUIDADO DE LA SALUD MENTAL EN LOS EQUIPOS DE RESPUESTA


No existe ningún tipo de entrenamiento que pueda eliminar completamente  la posibilidad de que una persona que trabaja con víctimas y cantidades importantes de lesionados y cadáveres en el marco de una situación de desastre, sea afectada en el orden psíquico. Los trabajadores  de emergencias enfrentan situaciones específicas, como pueden ser la falla en la misión, la vivencia de excesivo sufrimiento humano, las muertes traumáticas, los cuerpos mutilados o quemados, las situaciones amenazantes para su propia integridad física, la pérdida de compañeros de equipo o presenciar accidentes masivos.
Entendemos como equipos de primera respuesta al conjunto de personas que integran una determinada organización y prestan sus servicios en los momentos iníciales en situaciones de emergencias o desastres en diferentes funciones de primera línea, como ayuda humanitaria y servicios de salud, y otras labores operativas de campo, como el combate de incendios, el rescate de personas, la atención de heridos, etc. Todas las personas que realizan este tipo de trabajo, ya sea por largo tiempo o durante una sola experiencia, son vulnerables al estrés.
El estrés agudo es uno de los riesgos ocupacionales más graves en el servicio de emergencias, porque afecta la salud y el desempeño en el trabajo, así como la vida familiar y espiritual.
El evento traumático puede producir una serie de reacciones emocionales, conductuales y fisiológicas, y tiene el potencial de interferir en las habilidades  para actuar en el lugar de las operaciones en forma inmediata o, posteriormente en el retorno a la rutina laboral y familiar. Los problemas emocionales también pueden promover el mayor consumo de alcohol o drogas.

Es responsabilidad de los líderes proteger no solamente la salud física sino también la salud mental de los integrantes de los equipos de respuesta como única garantía para cumplir con éxito las tareas y proteger al personal contra los efectos destructivos del estrés.

El trabajo en desastres y emergencias incluye el enfrentamiento a situaciones  estresantes, como las siguientes:
·      Largas horas de esfuerzo continuo.
·         Lucha contra el tiempo por salvar vidas.
·         Trabajo en ambientes adversos (estructuras colapsadas, derrames, químicos, etc.
·         Trabajo en condiciones climáticas adversas (lluvias persistentes, réplicas de sismos y otras).
·         Labores pesadas (como remoción de escombros).
·         Presión por tener que trabajar ante la presencia de periodistas.
·         Equipo inadecuado o insuficiente.
·         Alteración en el ritmo diario de vida
·   Labor de triage (procedimiento utilizado para clasificar a los heridos, lesionados y afectados, en el lugar del incidente, según su gravedad y prioridad para la atención y evacuación).
·         Servicios públicos esenciales destruidos.
·         Presión por parte del público por encontrar a sus familiares desaparecidos.
·         Información confusa o contradictoria, rumor o desinformación.


Factores de riesgo
Existen condiciones que influyen en la eficiencia de los equipos de respuesta y que favorecen la aparición de problemas psicosociales. A continuación abordamos algunas de ellas:

Factores individuales
Enfermedades crónicas como asma, cardiopatías, hipertensión arterial, úlceras y diabetes, entre otras.
Problemas o situaciones previas que provocaron estrés, por ejemplo, la pérdida del empleo, conflictos familiares, divorcio, enfermedades de algún miembro de la familia, etc. Las experiencias traumáticas anteriormente vulneran la capacidad de resistencia y pueden dar lugar a reacciones violentas o incapacitantes.
El personal de respuesta puede resultar lesionado por las labores encomendadas  y tener que ser retirado del lugar; los sentimientos de frustacion y de culpa pueden ser muy grandes al sentir que no pueden seguir realizando las acciones para las cuales han sido preparados.
Las primeras personas que llegan a la emergencia, o los que tienen mayor contacto con las víctimas, tienen más problemas psicológicos que los que van llegando posteriormente debido, fundamentalmente, al impacto visual que puede ejercer la magnitud de la devastación sufrida   y el estado en que se encuentren las personas o los  cadáveres.

Factores interpersonales
Las responsabilidades laborales pueden generar situaciones de conflicto  con la familia, por ejemplo,  por un lado, querer participar en las labores de la emergencia, y, por otro, la presión familiar para que se cumpla con las responsabilidades, en especial, si se tienen hijos pequeños  o familiares enfermos.
El tiempo prolongado de separación de los integrantes de los equipos de respuesta de sus estructuras de soporte social (familia, comunidad, amigos, etc.) puede generar sentimientos de nostalgia y de haber sido olvidados.
Muchas peculiaridades propias de cada personalidad (humor negro, conducta desconfiada, tardanza, mal humor, etc.) son normalmente aceptadas; sin embargo, en situaciones de emergencias y cuando los colectivos están bajo presión prolongada, pueden causar conflictos interpersonales.

Factores comunitarios
Los medios de comunicación social y los curiosos en la escena de la emergencia pueden contribuir a aumentar la presión emocional sobre los equipos de respuesta.
La presencia de grupos armados o de violencia política hace que el desempeñar labores humanitarias incremente el riesgo y la tensión, en especial, si hay antecedentes de violaciones de los derechos humanos, secuestros y muertes que involucran también a los integrantes de los equipos de respuesta.

Factores propios del desastre
El tipo de desastre afecta de diferentes formas a la comunidad. Un desastre de tipo tecnológico produce más estrés para las víctimas y los equipos de respuesta que los desastres naturales; causan gran sentimiento de cólera porque, tal vez, podría haberse evitarse. También, produce mayor temor e incertidumbre porque el agente causante del desastre (fuga radioactiva, contaminación química, etc.) no puede verse, es de difícil control y sus efectos duran mucho tiempo.
Los desastres que suceden de noche producen más víctimas y problemas  emocionales que los que ocurren durante el día, porque la gente está dormida; su respuesta inicial es más lenta y más confusa, lo que dificulta la orientación y la evacuación.
La duración del desastre también es un factor que afecta, no solamente   a la población, sino también a los equipos de respuesta.
El grado de incertidumbre y la presencia de réplicas en el caso de los grandes sismos, la inestabilidad de estructuras colapsadas, la presencia a de materiales peligrosos que no son registrados por los sentidos, los rumores de grupos armados en la zona o la amenaza de ataques son, entre otras, condiciones que influyen sobre los equipos de respuesta.
El cambio repentino del aspecto físico de la comunidad (cuando el evento adverso ha sido muy devastador) tiende a dificultar la comprensión   de lo acontecido y tiene un fuerte impacto psicológico sobre los sobrevivientes y los equipos de respuesta.
Las situaciones que generan las emergencias complejas representan una amenaza permanente a la integridad física de la población y de los equipos de respuesta.
Estímulos traumáticos. A través de sus experiencias, los integrantes de los equipos de respuesta han aprendido una serie de estrategias para evitar quedar inmovilizados por las escenas de un desastre. Sin embargo, hay algunos estímulos traumáticos que afectan seriamente a este personal como, por ejemplo, los siguientes:
Entrar en contacto directo con víctimas durante un tiempo prolongado, mientras luchan por lograr su rescate o atención; en ocasiones, de ellas mueren.
Encontrar cadáveres de niños o con graves heridas; el personal tiende a identificarse con ellos, en especial, si tienen hijos con edades similares.
La presencia de gran número de cadáveres, en especial, si están seriamente  mutilados o tienen varios días, o si descubren conocidos entre ellos
Problemas de organización. Son aquéllos provenientes de la misma organización de la estructura en la cual interactúa el trabajador y son características de las situaciones de desastre.

Señales de afectación psicológica en el personal de los equipos de respuesta





Fuente:

REACCIONES EN ADULTOS Y ANCIANOS EN EMERGENCIAS Y DESASTRES

REACCIÒN DE LOS ANCIANOS
La población de ancianos tiene varias características e inquietudes que los hacen, en particular, vulnerables a los efectos de los desastres; pueden responder de una manera ineficaz por su lentitud a nivel motriz y cognoscitivo. Algunos adultos mayores tal vez presenten traumas adicionales si se les ha transferido a un entorno hacinado que les es poco familiar; como consecuencia de haber vivido muchos años, las personas mayores tienden a sufrir pérdidas múltiples, que incluyen los sistemas importantes de apoyo. Los consejeros deben estar pendientes de los signos de depresión en los damnificados ancianos ya que las pérdidas sufridas en el desastre pueden sumarse a las anteriores y provocar depresión.
Las personas mayores tienen reacciones y necesidades particulares después del desastre; al igual que con otras sub-poblaciones, los consejeros tienen que considerar muchos factores individuales que distinguen a una persona de otra. Generalizar las necesidades especiales del sub-grupo ayuda a formular guías para el programa para damnificados, de suerte que atienda las necesidades del grupo.
Muchos ancianos, en particular los de nivel económico bajo, inmigrantes o trabajadores no calificados, pueden carecer de recursos, estar en un estado físico en deterioro y perder los sistemas de apoyo importantes en el vecindario destruido. Quizá también tengan más dificultades para “navegar” por los canales del sistema de urgencia y teman perder su “independencia”, si los consejeros se llegan a dar cuenta del deterioro de sus facultades.

Los problemas que agudizan las dificultades de los ancianos para resolver la crisis en la etapa posterior al desastre pueden abarcar: 
  • La necesidad de reubicarse con miembros de la familia donde la privacidad, el espacio personal y la rutina diaria son una fuente de estrés;
  •  Las dificultades con el horario de dormir y el hecho de depender de medicamentos para conciliar el sueño, y
  •  La pérdida de “señales” para llevar a cabo las actividades cotidianas, que conllevan la sensación de desorganización o confusión.
Los consejeros de salud mental se pueden relacionar mejor con los damnificados mayores si tienen en mente algunas de estas características; estos ejemplos son un recordatorio de que hay que considerar las características biopsicosociales de las poblaciones con necesidades especiales, al analizar los factores de riesgo que influyen en la capacidad de resolución de crisis en la etapa posterior al desastre.
En un estudio a más de 200 ancianos entrevistados antes y después de dos inundaciones en el sudeste de Kentucky (1982) se encontró que la exposición a estos incidentes difirió en intensidad general. Las pérdidas personales aumentaron las emociones negativas a corto plazo, que duraron hasta un año después de la inundación; los efectos a largo plazo dependieron más del nivel de la exposición a un alto nivel de destrucción de las comunidades y a pérdidas personales (Phifer J.F. y Norris F.H.)


REACCIONES EN ADULTOS Y ANCIANOS EN EMERGENCIA Y DESASTRE
                                  
Es necesario tener en cuenta las características propias del adulto mayor. En algunas culturas los ancianos son fuente de experiencia y sabiduría. Los ancianos transmiten experiencias a través de historias, cuentos y canciones y estas generalmente llevan un mensaje positivo para afrontar situaciones difíciles. Sin embargo la experiencia en trabajos con adultos mayores pone de manifiesto aspectos de exclusión:

·       Algunos se encuentran aislados.
·       Carecen de redes de apoyo.
·       Son percibidos como una carga para sus familiares.
·       No son tomados en cuenta como factores activos y productivos.
·       Se les mantiene desinformados para no preocuparles y se toman decisiones sobre sus vidas y pertenencias sin consultarlo.




Algunos factores que pueden incrementar el riesgo de enfermedad en adultos mayores frente a una catástrofe son:

·       Problemas de visión o audición contribuyen a la ocurrencia de lesiones en entornos desconocidos o al intentar sortear peligros.
·       Discapacidades físicas y limitaciones en la movilidad (como el uso de una silla de ruedas) pueden causar tardanzas o evitar una evacuación de emergencia.
·       Corte eléctrico. Los adultos mayores son vulnerables a la hipotermia (temperatura corporal por debajo de lo normal) e hipertermia (fiebre excepcionalmente alta) frente a temperaturas extremas. Un corte del suministro eléctrico no permite el funcionamiento del equipamiento médico necesario, como nebulizadores u oxigenoterapia.
·       Imposibilidad de acceder a los medicamentos prescriptos o tratamientos, como diálisis y quimioterapia.
·       La ausencia de miembros de su familia u otras personas de apoyo en su casa.
·       Barreras para recibir ayuda financiera en catástrofes, por ejemplo procedimientos complejos y renuencia a pedir ayuda.
·       Una mudanza forzada puede causar estrés grave en mayores frágiles, acelerando su deterioro o muerte.

En general, aquellos que necesitan asistencia en sus actividades de la vida diaria (p.ej. caminar, ducharse, comer, tomar medicinas) son más vulnerables a lesiones o enfermedades durante o después de una catástrofe.



A continuación un listado de algunas de las manifestaciones que pueden observarse en personas adultas:
Nerviosismo o ansiedad.
Inseguridad.
Tristeza y/o llanto.
Necesidad de estar solo.
Culpabilidad por haber sobrevivido.
Crisis de miedo o pánico.
Ideas de suicidio.
Disminución en la resistencia física.
Fatiga.
Dificultades para retornar al nivel normal de
Problemas para dormir o descansar.
Confusión para pensar y/o problemas de concentración.
Sentirse frío emocionalmente.
Problemas de memoria.
Sentirse abrumado.
Disminución de la higiene personal.
Intensa preocupación por otros.
Cambio en los hábitos alimenticios.
Náuseas.
Pérdida de confianza en uno mismo.
Dolores de pecho o cabeza.
Recuerdos muy vivos del evento.
Temblores musculares.
Culpar a los demás.
Dificultad para respirar.
Frustración.
Palpitaciones o taquicardia.
Desorientación en tiempo o lugar.
Aumento de la presión sanguínea.
Sentimiento de impotencia.
Uso excesivo de alcohol y/o drogas.
Problemas en el trabajo y/o familia.
Enojo y/o irritabilidad.

Fuente:

NIÑOS Y ADOLESCENTES FRENTE A SITUACIONES DE DESASTRES

Salud Mental en niños y adolescentes en situación de desastre natural

Declaración de la Unidad de Psiquiatría Infantil y de la Adolescencia de la Clínica Psiquiátrica de la Universidad de Chile

Los niños y adolescentes constituyen un grupo especialmente vulnerable adquirir alteraciones lo que pudieran conducir a un mayor impacto en sus desarrollos personales. Las situaciones experimentadas pudieran producir traumas complejos con consecuencias psicológicas que pueden relacionarse con el grado de exposición a la cual se han sometido. Los niños y adolescentes son sujetos de derecho siendo imperante que las necesidades especiales sean atendidas por parte de los adultos responsables y se realicen intervenciones activas de contención respecto de lo sucedido. La contención es un derecho y una medida potente de reconducción y de orden que va a permitir la elaboración de las experiencias vividas desde los niveles más concretos hasta otros más profundos como las emociones asociadas al sufrimiento y el temor.
 Los niños y adolescentes son personas que se encuentran en crecimiento y desarrollo, construyendo activamente su identidad y personalidad, por lo que las experiencias asociadas al desastre pueden operar como fuerzas estresantes y de riesgo, pero también como una oportunidad para poder avanzar en la integración de elementos altamente positivos de cuidado, amor y solidaridad. Además, la mayor capacidad plástica de sus cerebros en desarrollo, pueden facilitar que las experiencias vividas sean incluidas como un elemento más de la vida que se lleva en este país, es decir, el terremoto y tsunami pueden facilitar el logro de una capacidad de auto contención.  Para poder comprender y por lo tanto, intervenir en las formas en que se afecta la salud mental de niños y adolescentes, se pueden establecer diferentes niveles de impacto según el tipo de exposición a las experiencias traumáticas y eventos consecuentes.


 El primer nivel de exposición a experiencia traumática corresponde a todos los afectados directamente por el terremoto, es decir, la población que se extiende desde la Quinta Región a la Novena Región, incluida la Región Metropolitana.
 El segundo nivel de exposición a experiencia traumática se produce como consecuencia de las necesidades de evacuación y reubicación de las personas afectadas.
El tercer nivel de exposición a experiencia traumática incluye a las personas que fueron afectadas directamente por el Tsunami, es decir, la población que se encontraba en la costa de la Quinta, Sexta, Séptima, Octava y Novena Regiones.
 En un cuarto nivel de exposición a experiencia traumática se incluyen los afectados que fueron testigos posteriores de las consecuencias de las evacuaciones cuyas manifestaciones se producen como incertidumbre y preocupaciones por la situación en que se encuentra los amigos, familiares y los hogares. Esta exposición puede verse incrementada por las formas en que son difundidos los hechos a través de los medios de comunicación.
La intranquilidad civil puede constituir una experiencia traumática que emerge de manera asociada a la situación de crisis. La manifestación de conductas de pánico en la búsqueda de provisiones y agua, la presencia de saqueos y la violencia en las calles afectan a las personas incrementándose las reacciones de ansiedad y desconfianza de la población ante los informes y reportajes que los medios de comunicación entregan lo que a su vez se ve incrementado por los rumores de desorden social lo que puede ser observada en especial en los lugares de refugio.
Finalmente, un sexto nivel de exposición a experiencia traumática corresponde a la falta de coordinación y la variabilidad en la efectividad de las respuestas de los gobiernos regionales y centrales que dejan a las personas afectadas en ambientes inseguros por días, sumándose a ello el sentimiento de abandono y de exposición continua a peligro.

Medios de comunicación e impacto en los niños y adolescentes
La falta de regulación en la difusión de la información e imágenes asociadas al desastre pueden transgredir el derecho de contención de los niños y adolescentes. La importancia de poder moderar y modular las noticias, donde no sólo se narren los hechos sino que se entregue un significado mediado, es decir, con el respaldo de los conocimientos de los profesionales de la psicoeducativos respecto de las expresiones de las personas, contribuye a la construcción de un sentimiento de mayor certeza y predictibilidad para los niños.
 Es fundamental que en las situaciones de experiencia traumática los medios favorezcan la contención a través de señales de aliento, de psicoeducación y apoyo a los diferentes aspectos educativos que previenen la aparición de los problemas y trastornos en salud mental, sugiriéndose la participación de personas expertas en salud mental como parte de los equipos de comunicaciones presentes.

Población de riesgo
Según el grado o nivel de exposición a las experiencias traumáticas, se pueden identificar grupos de niños y adolescentes que presentan mayor riesgo de presentar problemas de salud mental y trastornos mentales.
 Los niños y adolescentes que han tenido que ser trasladados de sus hogares y separados de sus familias constituyen un grupo de riesgo además de la emergencia de problemas como la falta de documentación que puede afectar la reintegración a las actividades escolares y atención en salud.  Otro grupo lo constituyen los niños y adolescentes que han sido rescatados de condiciones amenazantes para su integridad y la de sus familias, que han debido ser reubicados en refugios u otros lugares desconocidos para ellos.  Los niños y adolescentes que han sufrido la pérdida de sus seres queridos por fallecimiento traumático constituyen un grupo de especial cuidado.



Problemas de salud mental emergentes en niños y adolescentes
Las manifestaciones de los síntomas y cambios en el comportamiento, así como la manera en que cada niño o adolescente vivencia, comprende y le da significado a las situaciones experimentadas, variarán según las etapas del desarrollo en que se encuentren. Es así como los niños pequeños, en período preescolar, pudieran presentar cambios en la regularidad de los ciclos de sueño, vigilia y alimentación, comportamientos de búsqueda de proximidad con las figuras de apego y ansiedad de separación, comportamientos regresivos ( enuresis, cambios en el lenguaje, etc), temores y fobias, irritabilidad y en algunos casos, alteraciones más específicas relacionadas con la experiencia traumática de reexperimentación con pesadillas, comportamiento de evitación, baja de la atención o hiperactivación ansiosa. Estos síntomas hacen sospechar la presencia de un trastorno por estrés postraumático por lo que se requiere de atención especializada.

 En el período escolar, se pueden presentar síntomas similares a los descritos, apareciendo conductas de rechazo escolar, alteraciones en el sueño, desatención y temores específicos concretos asociados al desastre natural.
En el período de la adolescencia, se pueden observar síntomas de ansiedad con somatización de la angustia, crisis de angustia y eventualmente de pánico, depresión y consumo de alcohol o drogas con posibles cambios en la conducta, pudiendo aparecer comportamientos de transgresión de las reglas y de desafío de la autoridad.

Acciones para intervenir en el enfrentamiento de la experiencia
Para poder organizar las acciones de manera coordinada y eficaz, es necesario establecer diferentes niveles de intervención. Estos niveles son de orden personal, familiar y social ampliado, destacando la reagrupación de la comunidad local como un factor primordial de protección.
 En la reconstrucción se debe promover la articulación de las redes sociales y comunitarias, con liderazgos claros que en conjunto operan como factores de protección que incrementan la solidez de las uniones de las personas y disminuyen la ansiedad. Los líderes deben poder conducir a la comunidad como si esta fuese una familia, es decir, tiene que estar presentes, deben manejar la información que se tiene, deben promover que las funciones básicas de cuidado, protección y comunicación se desarrollen.
 Además, se requieren roles claros que permiten la diferenciación lo que ayuda a que los menores perciban que la rutina o la regularidad se ha recuperado.
Es necesario que las organizaciones de personas operen con el suficiente grado de flexibilidad favoreciendo los aspectos constructivos. Es fundamental que las personas reasuman los puestos de trabajo lo antes posible y se coordinen con las organizaciones civiles durante el período de crisis.
 Intervenciones con los niños y adolescentes
Como medidas inmediatas de intervención para los niños y adolescentes, es importante que tanto las familias como las instituciones de educación entreguen el tiempo suficiente y de manera escalonada para tratar lo acontecido. La contención de la familia y de la comunidad debe ser efectuada por los equipos psicoeducativos que poseen información periódica y clara respecto de las acciones frente a los eventos como réplicas, asegurar la distribución de los alimentos y agua, etc. Se debe fomentar la continuación de las actividades normales para el desarrollo, que los niños jueguen y se diviertan, que comiencen los nuevos aprendizajes que pueden ser difundidos también a través de los medios de comunicación.
 Es fundamental que la rutina diaria se mantenga con horarios regulares y predecibles.
Los colegios deben prepararse para funcionar lo antes posible y generar espacio o jornadas iniciales donde se traten las situaciones de catástrofe, donde se medie la expresión de emociones y se fomente la solidaridad y el aprendizaje sobre la experiencia vivida. Se debe destinar todo el tiempo que sea necesario.

Lo que se aprende
Los hechos que tienen este carácter impredecible, caótico y traumático, pueden ser sentidos inicialmente como ajenos a la vida habitual y a sí mismos. Para que se conviertan en algo constructivo deben ser ubicadas lentamente en nuestra historia de vida. Esto se denomina elaboración. Es necesario que las experiencias traumáticas vividas se elaboren para poder continuar el desarrollo. Es necesario fomentar la integración de la realidad, comprender y contener las reacciones emocionales bajo el estrés, promover una conducta activa para retomar el curso regular de las funciones personales en la medida de lo posible y potenciar las acciones en redes sociales y afectivas.
 Las consecuencias a mayor plazo pueden representar mayores posibilidades para aprender a tener mayor tolerancia a la frustración y aprender a desarrollar tolerancia ante la adversidad.

 Por otra parte, es posible que las consecuencias de las experiencias vividas se traduzcan en la aparición de problemas o alteraciones más intensas y persistentes en el comportamiento y afectividad de niños y adolescentes. Debido a lo anterior, es fundamental que se realice una detección temprana de los posibles trastornos de modo de poder efectuar las intervenciones pertinentes.

Fuente:

sábado, 19 de octubre de 2013

TRANSFORMACIÓN PERSISTENTE DE LA PERSONALIDAD TRAS UNA EXPERIENCIA CATASTROFICA

Los efectos psicológicos:

Las reacciones de las personas a todo trauma y los desastres son un tipo concreto de trauma que tiene coordenadas personales y sociales no son erráticas y son relativamente predecibles. En términos generales, los traumas son eventos peligrosos y repentinos que abruman los recursos psicológicos, físicos y económicos de las personas y las comunidades (Figley, 1985). En general, los traumas poseen las siguientes características: son de gran intensidad, imprevisibles, infrecuentes y varían en duración de agudos a crónicos. Además, pueden afectar a una sólo persona (por ejemplo, en un accidente vial) o a comunidades enteras, como en el caso de los terremotos.


Por definición, los desastres son traumáticos y sobrecargan los recursos disponibles de la comunidad, lo cual pone en peligro la capacidad de las personas y de la comunidad para afrontarlos. Aunque existe bastante latitud en la manera cómo responden las personas a los traumas y a los desastres de tal manera que existen diferencias individuales notables (Bowman, 1997; Foa y Riggs, 1993), algunas reacciones son relativamente comunes. Estas se pueden dividir en aquellas que aparecen en el período de emergencia inmediata, las que exhiben las personas después de 72 horas hasta pocas semanas después del evento traumático, y las secuelas a largo plazo. A continuación (a) discutiremos los efectos psicológicos en cada una de esas tres fases, (b) discutiremos la función que desempeñan las diferencias individuales e identificaremos las más importantes, y (c) presentaremos un modelo que puede ser útil para explicar las reacciones de las personas.
Reacciones psicológicas post-desastre:
Justo después o en medio de un desastre, las personas pueden reaccionar de dos maneras diametralmente opuestas y distintas, sin que esto signifique que una forma de reaccionar sea más normal que la otra. Algunos reaccionan con un alto grado de aturdimiento, de tal manera que no entienden lo que está pasando y, en este elevado estado de schock, pierden el sentido de orientación, del tiempo y hasta de la propia identidad. Este estado de schock puede explicar ciertas deficiencias cognitivas comunes a muchos traumas. Entre estas deficiencias cognitivas típicamente encontramos dificultad en recordar aspectos importantes del evento traumático. A veces, ese estado amnésico puede durar varios años (Elliot y Briere, 1995).

Lo más seguro es que las personas no estén reprimiendo esas memorias, sino que la información no fue bien codificada y almacenada en la memoria. La segunda manera de reaccionar en los momentos del desastre es con un elevado sentimiento de ansiedad. Esta ansiedad puede ser útil para que las personas puedan actuar más allá de sus fuerzas físicas y así logren sobrevivir. Esta misma ansiedad puede inyectar energía a las personas para que se dediquen a tareas de rescate, ignorando riesgos importantes hacia su integridad física. Pero, de igual forma, esta ansiedad impide a las personas identificar aspectos importantes en su medio ambiente físico y social, que les pueden ayudar a sobrevivir mejor el desastre.
Cuanto más grande es el trauma, mayor es la desestabilización de las estructuras psicológicas bien establecidas, como lo puede ser el sentido de identidad. Las confusiones sobre la identidad personal se pueden manifestar en confusión sobre los deseos y las metas que las personas tienen respecto a su vida, o en el sentimiento generalizado que uno no está al mando de sus acciones. Con frecuencia las personas manifiestan que es como si otra persona es la que está decidiendo y no ellos mismos (despersonalización), o se sienten separados de sí mismos y, por lo tanto, no se sienten responsables de sus propias acciones. Las personas que sienten su identidad asediada por el evento traumático muestran, con frecuencia, amnesia no sólo sobre aspectos del evento mismo, sino sobre detalles de su persona. Obviamente, si la experiencia de despersonalización dura mucho tiempo, corre el riesgo de una seria falta de identidad, lo que es particularmente peligroso en la niñez.
Experimentar dificultades en las relaciones interpersonales suele ser bastante común después de un desastre. Las personas encuentran particularmente onerosas las demandas que otros puedan tener sobre su tiempo y recursos. No es raro que las relaciones íntimas sufran como consecuencia del desastre, o se experimenten dificultades en poder mantener amistades. Esto resulta particularmente problemático, pues después de los desastres, las personas tienen necesidad de poder relacionarse con otros para poder solucionar problemas de supervivencia. En los albergues donde se encuentran muchas personas que han perdido sus casas, las dificultades en las relaciones interpersonales impiden ir creando un sentido de comunidad que ayude a la solución de problemas comunes, y alimenta actitudes individualistas.
Existen dos factores biológicos que inciden, de manera importante, en las respuestas que dan las personas ante un evento traumático. Uno de estos factores es la predisposición biológica o genética a la vulnerabilidad. Aunque hay que ser precavidos sobre este tema, ya que esta conclusión proviene mayoritariamente de estudios con animales (Bremmer, Southwick y Chorney, 1991; van der Kolk, 1987b), con todo, existe evidencia que señala diferencias en las reacciones psicológicas de los niños expuestos al mismo evento estresante, bajo condiciones controladas. Algunos ven en el hecho de que ciertas personas son más vulnerables en situaciones de alto estrés diferencias genéticas en temperamento. Sin embargo, sólo ahora se comienzan a explorar las predisposiciones innatas en cuanto al funcionamiento cerebral asociado al temperamento de los individuos, en situaciones de estrés y emergencia. Hay que considerar, igualmente, que aquello que a primera vista podría verse como genético, podría ser perfectamente el resultado de la interacción entre el temperamento de las personas con factores ambientales y ciertos procesos de aprendizaje. Como van der Kolk (1996b) señala, algunos cambios biológicos permanentes pueden ser consecuencia de factores ambientales, tales como la exposición a toxinas o a hormonas intrauterinamente, o a otras experiencias sociales.
El segundo factor lo constituyen aquellos cambios biológicos que resultan de la experiencia traumática misma. Algunos de estos se refieren a cambios neurológicos que se dan después de un trauma y que tienen relación con alteraciones en las funciones neurotransmisoras del organismo. Otros se refieren a las alteraciones en algunas estructuras cerebrales (por ejemplo, lóbulo temporal, amígdala e hipocampo) que se han observado en situaciones de estrés prolongado, de las que el organismo no puede escapar, y crean dificultades en la memoria y el aprendizaje. Igualmente aquí hay que ser cautelosos. Los factores biológicos interactúan con aspectos emocionales y sociales, creando una red complicada que hace difícil desentrañar la contribución específica de cada uno. Con todo, se puede concluir que las personas tienen fortalezas y debilidades emocionales de la misma manera que tienen fortalezas y debilidades físicas.

F62.0 Transformación persistente de la personalidad tras experiencia catastrófica

Transformación persistente de la personalidad que puede aparecer tras la experiencia de una situación estresante catastrófica. El estrés debe ser tan extremo como para que no se requiera tener en cuenta la vulnerabilidad personal para explicar el profundo efecto sobre la personalidad. Son ejemplos típicos: experiencias en campos de concentración, torturas, desastres y exposición prolongada a situaciones amenazantes para la vida (por ejemplo, secuestro, cautiverio prolongado con la posibilidad inminente de ser asesinado). Puede preceder a este tipo de transformación de la personalidad un trastorno de estrés post-traumático (F43.1). Estos casos pueden ser considerados como estados crónicos o como secuelas irreversibles de aquel trastorno. No obstante, en otros casos, una alteración persistente de la personalidad que reúne las características que a continuación se mencionan, puede aparecer sin que haya una fase intermedia de un trastorno de estrés post-traumático manifiesto. Sin embargo, las transformaciones duraderas de la personalidad después de una breve exposición a una experiencia amenazante para la vida como puede ser un accidente de tráfico, no deben ser incluidas en esta categoría puesto que las investigaciones recientes indican que este tipo de evolución depende de una vulnerabilidad psicológica preexistente.

Pautas para el diagnóstico:

La transformación de la personalidad debe ser persistente y manifestarse como rasgos rígidos y desadaptativos que llevan a un deterioro de las relaciones personales y de la actividad social y laboral. Por lo general, la transformación de la personalidad debe ser confirmada por la información de un tercero. El diagnóstico esencialmente se basa en la presencia de rasgos previamente ausentes como, por ejemplo:
a) Actitud permanente de desconfianza u hostilidad hacia el mundo.
b) Aislamiento social.
c) Sentimientos de vacío o desesperanza.
d) Sentimiento permanente de "estar al límite", como si se estuviera constantemente amenazado.
e) Vivencia de extrañeza de sí mismo.

Esta transformación de la personalidad debe haber estado presente por lo menos durante dos años y no debe poder ser atribuida a un trastorno de la personalidad preexistente o a un trastorno mental distinto del trastorno de estrés post-traumático (F43.1).
Incluye: Transformación de la personalidad tras experiencias de campo de concentración, desastres y catástrofes, cautiverio prolongado con peligro inminente de ser ejecutado, exposición prolongada a situaciones amenazantes para la vida como ser víctima de un acto terrorista o de torturas.
Excluye: Trastorno de estrés post-traumático (F43.1).

F43.1 Trastorno de estrés post-traumático

Trastorno que surge como respuesta tardía o diferida a un acontecimiento estresante o a una situación (breve o duradera) de naturaleza excepcionalmente amenazante o catastrófica, que causarían por sí mismos malestar generalizado en casi todo el mundo (por ejemplo, catástrofes naturales o producidas por el hombre, combates, accidentes graves, el ser testigo de la muerte violenta de alguien, el ser víctima de tortura, terrorismo, de una violación o de otro crimen). Ciertos rasgos de personalidad (por ejemplo, compulsivos o asténicos) o antecedentes de enfermedad neurótica, si están presentes, pueden ser factores predisponentes y hacer que descienda el umbral para la aparición del síndrome o para agravar su curso, pero estos factores no son necesarios ni suficientes para explicar la aparición del mismo.
Las características típicas del trastorno de estrés post-traumático son: episodios reiterados de volver a vivenciar el trauma en forma de reviviscencias o sueños que tienen lugar sobre un fondo persistente de una sensación de "entumecimiento" y embotamiento emocional, de despego de los demás, de falta de capacidad de respuesta al medio, evitación de actividades y situaciones evocadoras del trauma. Suelen temerse, e incluso evitarse, las situaciones que recuerdan o sugieren el trauma. En raras ocasiones pueden presentarse estallidos dramáticos y agudos de miedo, pánico o agresividad, desencadenados por estímulos que evocan un repentino recuerdo, una actualización del trauma o de la reacción original frente a él o ambos a la vez.
Por lo general, hay un estado de hiperactividad vegetativa con hipervigilancia, un incremento de la reacción de sobresalto e insomnio. Los síntomas se acompañan de ansiedad y de depresión y no son raras las ideaciones suicidas. El consumo excesivo de sustancias psicótropas o alcohol puede ser un factor agravante.
El comienzo sigue al trauma con un período de latencia cuya duración varía desde unas pocas semanas hasta meses (pero rara vez supera los seis meses). El curso es fluctuante, pero se puede esperar la recuperación en la mayoría de los casos. En una pequeña proporción de los enfermos, el trastorno puede tener durante muchos años un curso crónico y evolución hacia una transformación persistente de la personalidad (ver F62.0).

Pautas para el diagnóstico

Este trastorno no debe ser diagnosticado a menos que no esté totalmente claro que ha aparecido dentro de los seis meses posteriores a un hecho traumático de excepcional intensidad. Un diagnostico "probable" podría aún ser posible si el lapso entre el hecho y el comienzo de los síntomas es mayor de seis meses, con tal de que las manifestaciones clínicas sean típicas y no sea verosímil ningún otro diagnóstico alternativo (por ejemplo, trastorno de ansiedad, trastorno obsesivo-compulsivo o episodio depresivo). Además del trauma, deben estar presentes evocaciones o representaciones del acontecimiento en forma de recuerdos o imágenes durante la vigilia o de ensueños reiterados. También suelen estar presentes, pero no son esenciales para el diagnóstico, desapego emocional claro, con embotamiento afectivo y la evitación de estímulos que podrían reavivar el recuerdo del trauma. Los síntomas vegetativos, los trastornos del estado de ánimo y el comportamiento anormal contribuyen también al diagnóstico, pero no son de importancia capital para el mismo.

Incluye: Neurosis traumática.

Fuente: