Los
efectos psicológicos:
Las
reacciones de las personas a todo trauma y los desastres son un tipo concreto
de trauma que tiene coordenadas personales y sociales no son erráticas y son
relativamente predecibles. En términos generales, los traumas son eventos peligrosos
y repentinos que abruman los recursos psicológicos, físicos y económicos de las
personas y las comunidades (Figley, 1985). En general, los traumas poseen las
siguientes características: son de gran intensidad, imprevisibles, infrecuentes
y varían en duración de agudos a crónicos. Además, pueden afectar a una sólo persona
(por ejemplo, en un accidente vial) o a comunidades enteras, como en el caso de
los terremotos.
Por definición,
los desastres son traumáticos y sobrecargan los recursos disponibles de la comunidad,
lo cual pone en peligro la capacidad de las personas y de la comunidad para
afrontarlos. Aunque existe bastante latitud en la manera cómo responden las
personas a los traumas y a los desastres de tal manera que existen diferencias
individuales notables (Bowman, 1997; Foa y Riggs, 1993), algunas reacciones son
relativamente comunes. Estas se pueden dividir en aquellas que aparecen en el
período de emergencia inmediata, las que exhiben las personas después de 72
horas hasta pocas semanas después del evento traumático, y las secuelas a largo
plazo. A continuación (a) discutiremos los efectos psicológicos en cada una de
esas tres fases, (b) discutiremos la función que desempeñan las diferencias
individuales e identificaremos las más importantes, y (c) presentaremos un
modelo que puede ser útil para explicar las reacciones de las personas.
Reacciones
psicológicas post-desastre:
Justo
después o en medio de un desastre, las personas pueden reaccionar de dos
maneras diametralmente opuestas y distintas, sin que esto signifique que una
forma de reaccionar sea más normal que la otra. Algunos reaccionan con un alto
grado de aturdimiento, de tal manera que no entienden lo que está pasando y, en
este elevado estado de schock, pierden el sentido de orientación, del tiempo y
hasta de la propia identidad. Este estado de schock puede explicar ciertas deficiencias
cognitivas comunes a muchos traumas. Entre estas deficiencias cognitivas típicamente
encontramos dificultad en recordar aspectos importantes del evento traumático.
A veces, ese estado amnésico puede durar varios años (Elliot y Briere, 1995).
Lo
más seguro es que las personas no estén reprimiendo esas memorias, sino que la
información no fue bien codificada y almacenada en la memoria. La segunda
manera de reaccionar en los momentos del desastre es con un elevado sentimiento
de ansiedad. Esta ansiedad puede ser útil para que las personas puedan actuar
más allá de sus fuerzas físicas y así logren sobrevivir. Esta misma ansiedad
puede inyectar energía a las personas para que se dediquen a tareas de rescate,
ignorando riesgos importantes hacia su integridad física. Pero, de igual forma,
esta ansiedad impide a las personas identificar aspectos importantes en su
medio ambiente físico y social, que les pueden ayudar a sobrevivir mejor el
desastre.
Cuanto
más grande es el trauma, mayor es la desestabilización de las estructuras
psicológicas bien establecidas, como lo puede ser el sentido de identidad. Las
confusiones sobre la identidad personal se pueden manifestar en confusión sobre
los deseos y las metas que las personas tienen respecto a su vida, o en el
sentimiento generalizado que uno no está al mando de sus acciones. Con frecuencia
las personas manifiestan que es como si otra persona es la que está decidiendo
y no ellos mismos (despersonalización), o se sienten separados de sí mismos y,
por lo tanto, no se sienten responsables de sus propias acciones. Las personas
que sienten su identidad asediada por el evento traumático muestran, con frecuencia,
amnesia no sólo sobre aspectos del evento mismo, sino sobre detalles de su
persona. Obviamente, si la experiencia de despersonalización dura mucho tiempo,
corre el riesgo de una seria falta de identidad, lo que es particularmente peligroso
en la niñez.
Experimentar
dificultades en las relaciones interpersonales suele ser bastante común después
de un desastre. Las personas encuentran particularmente onerosas las demandas
que otros puedan tener sobre su tiempo y recursos. No es raro que las relaciones
íntimas sufran como consecuencia del desastre, o se experimenten dificultades
en poder mantener amistades. Esto resulta particularmente problemático, pues
después de los desastres, las personas tienen necesidad de poder relacionarse con
otros para poder solucionar problemas de supervivencia. En los albergues donde
se encuentran muchas personas que han perdido sus casas, las dificultades en las
relaciones interpersonales impiden ir creando un sentido de comunidad que ayude
a la solución de problemas comunes, y alimenta actitudes individualistas.
Existen
dos factores biológicos que inciden, de manera importante, en las respuestas
que dan las personas ante un evento traumático. Uno de estos factores es la
predisposición biológica o genética a la vulnerabilidad. Aunque hay que ser precavidos
sobre este tema, ya que esta conclusión proviene mayoritariamente de estudios
con animales (Bremmer, Southwick y Chorney, 1991; van der Kolk, 1987b), con
todo, existe evidencia que señala diferencias en las reacciones psicológicas de
los niños expuestos al mismo evento estresante, bajo condiciones controladas.
Algunos ven en el hecho de que ciertas personas son más vulnerables en situaciones
de alto estrés diferencias genéticas en temperamento. Sin embargo, sólo ahora
se comienzan a explorar las predisposiciones innatas en cuanto al funcionamiento
cerebral asociado al temperamento de los individuos, en situaciones de estrés y
emergencia. Hay que considerar, igualmente, que aquello que a primera vista podría
verse como genético, podría ser perfectamente el resultado de la interacción
entre el temperamento de las personas con factores ambientales y ciertos
procesos de aprendizaje. Como van der Kolk (1996b) señala, algunos cambios biológicos
permanentes pueden ser consecuencia de factores ambientales, tales como la exposición
a toxinas o a hormonas intrauterinamente, o a otras experiencias sociales.
El
segundo factor lo constituyen aquellos cambios biológicos que resultan de la
experiencia traumática misma. Algunos de estos se refieren a cambios neurológicos
que se dan después de un trauma y que tienen relación con alteraciones en las
funciones neurotransmisoras del organismo. Otros se refieren a las alteraciones
en algunas estructuras cerebrales (por ejemplo, lóbulo temporal, amígdala e
hipocampo) que se han observado en situaciones de estrés prolongado, de las que
el organismo no puede escapar, y crean dificultades en la memoria y el
aprendizaje. Igualmente aquí hay que ser cautelosos. Los factores biológicos
interactúan con aspectos emocionales y sociales, creando una red complicada que
hace difícil desentrañar la contribución específica de cada uno. Con todo, se
puede concluir que las personas tienen fortalezas y debilidades emocionales de
la misma manera que tienen fortalezas y debilidades físicas.
F62.0 Transformación
persistente de la personalidad tras experiencia catastrófica
Transformación
persistente de la personalidad que puede aparecer tras la experiencia de una
situación estresante catastrófica. El estrés debe ser tan extremo como para que
no se requiera tener en cuenta la vulnerabilidad personal para explicar el
profundo efecto sobre la personalidad. Son ejemplos típicos: experiencias en
campos de concentración, torturas, desastres y exposición prolongada a
situaciones amenazantes para la vida (por ejemplo, secuestro, cautiverio
prolongado con la posibilidad inminente de ser asesinado). Puede preceder a
este tipo de transformación de la personalidad un trastorno de estrés
post-traumático (F43.1). Estos casos pueden ser considerados como estados
crónicos o como secuelas irreversibles de aquel trastorno. No obstante, en otros
casos, una alteración persistente de la personalidad que reúne las
características que a continuación se mencionan, puede aparecer sin que haya
una fase intermedia de un trastorno de estrés post-traumático manifiesto. Sin
embargo, las transformaciones duraderas de la personalidad después de una breve
exposición a una experiencia amenazante para la vida como puede ser un
accidente de tráfico, no deben ser incluidas en esta categoría puesto que las
investigaciones recientes indican que este tipo de evolución depende de una
vulnerabilidad psicológica preexistente.
Pautas para el
diagnóstico:
La transformación de la
personalidad debe ser persistente y manifestarse como rasgos rígidos y
desadaptativos que llevan a un deterioro de las relaciones personales y de la
actividad social y laboral. Por lo general, la transformación de la
personalidad debe ser confirmada por la información de un tercero. El
diagnóstico esencialmente se basa en la presencia de rasgos previamente
ausentes como, por ejemplo:
a) Actitud permanente de
desconfianza u hostilidad hacia el mundo.
b) Aislamiento social.
c) Sentimientos de vacío o
desesperanza.
d) Sentimiento permanente
de "estar al límite", como si se estuviera constantemente amenazado.
e) Vivencia de extrañeza
de sí mismo.
Esta transformación de
la personalidad debe haber estado presente por lo menos durante dos años y no
debe poder ser atribuida a un trastorno de la personalidad preexistente o a un
trastorno mental distinto del trastorno de estrés post-traumático (F43.1).
Incluye: Transformación
de la personalidad tras experiencias de campo de concentración, desastres y
catástrofes, cautiverio prolongado con peligro inminente de ser ejecutado,
exposición prolongada a situaciones amenazantes para la vida como ser víctima
de un acto terrorista o de torturas.
Excluye: Trastorno de
estrés post-traumático (F43.1).
F43.1 Trastorno de
estrés post-traumático
Trastorno que surge como
respuesta tardía o diferida a un acontecimiento estresante o a una situación
(breve o duradera) de naturaleza excepcionalmente amenazante o catastrófica,
que causarían por sí mismos malestar generalizado en casi todo el mundo (por
ejemplo, catástrofes naturales o producidas por el hombre, combates, accidentes
graves, el ser testigo de la muerte violenta de alguien, el ser víctima de
tortura, terrorismo, de una violación o de otro crimen). Ciertos rasgos de
personalidad (por ejemplo, compulsivos o asténicos) o antecedentes de
enfermedad neurótica, si están presentes, pueden ser factores predisponentes y
hacer que descienda el umbral para la aparición del síndrome o para agravar su
curso, pero estos factores no son necesarios ni suficientes para explicar la
aparición del mismo.
Las características
típicas del trastorno de estrés post-traumático son: episodios reiterados de
volver a vivenciar el trauma en forma de reviviscencias o sueños que tienen
lugar sobre un fondo persistente de una sensación de "entumecimiento"
y embotamiento emocional, de despego de los demás, de falta de capacidad de
respuesta al medio, evitación de actividades y situaciones evocadoras del
trauma. Suelen temerse, e incluso evitarse, las situaciones que recuerdan o
sugieren el trauma. En raras ocasiones pueden presentarse estallidos dramáticos
y agudos de miedo, pánico o agresividad, desencadenados por estímulos que
evocan un repentino recuerdo, una actualización del trauma o de la reacción
original frente a él o ambos a la vez.
Por lo general, hay un
estado de hiperactividad vegetativa con hipervigilancia, un incremento de la
reacción de sobresalto e insomnio. Los síntomas se acompañan de ansiedad y de
depresión y no son raras las ideaciones suicidas. El consumo excesivo de
sustancias psicótropas o alcohol puede ser un factor agravante.
El comienzo sigue al
trauma con un período de latencia cuya duración varía desde unas pocas semanas
hasta meses (pero rara vez supera los seis meses). El curso es fluctuante, pero
se puede esperar la recuperación en la mayoría de los casos. En una pequeña
proporción de los enfermos, el trastorno puede tener durante muchos años un
curso crónico y evolución hacia una transformación persistente de la personalidad
(ver F62.0).
Pautas para el
diagnóstico
Este trastorno no debe
ser diagnosticado a menos que no esté totalmente claro que ha aparecido dentro
de los seis meses posteriores a un hecho traumático de excepcional intensidad.
Un diagnostico "probable" podría aún ser posible si el lapso entre el
hecho y el comienzo de los síntomas es mayor de seis meses, con tal de que las
manifestaciones clínicas sean típicas y no sea verosímil ningún otro
diagnóstico alternativo (por ejemplo, trastorno de ansiedad, trastorno
obsesivo-compulsivo o episodio depresivo). Además del trauma, deben estar
presentes evocaciones o representaciones del acontecimiento en forma de
recuerdos o imágenes durante la vigilia o de ensueños reiterados. También
suelen estar presentes, pero no son esenciales para el diagnóstico, desapego
emocional claro, con embotamiento afectivo y la evitación de estímulos que
podrían reavivar el recuerdo del trauma. Los síntomas vegetativos, los
trastornos del estado de ánimo y el comportamiento anormal contribuyen también
al diagnóstico, pero no son de importancia capital para el mismo.
Incluye: Neurosis
traumática.
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