sábado, 19 de octubre de 2013

TRANSFORMACIÓN PERSISTENTE DE LA PERSONALIDAD TRAS UNA EXPERIENCIA CATASTROFICA

Los efectos psicológicos:

Las reacciones de las personas a todo trauma y los desastres son un tipo concreto de trauma que tiene coordenadas personales y sociales no son erráticas y son relativamente predecibles. En términos generales, los traumas son eventos peligrosos y repentinos que abruman los recursos psicológicos, físicos y económicos de las personas y las comunidades (Figley, 1985). En general, los traumas poseen las siguientes características: son de gran intensidad, imprevisibles, infrecuentes y varían en duración de agudos a crónicos. Además, pueden afectar a una sólo persona (por ejemplo, en un accidente vial) o a comunidades enteras, como en el caso de los terremotos.


Por definición, los desastres son traumáticos y sobrecargan los recursos disponibles de la comunidad, lo cual pone en peligro la capacidad de las personas y de la comunidad para afrontarlos. Aunque existe bastante latitud en la manera cómo responden las personas a los traumas y a los desastres de tal manera que existen diferencias individuales notables (Bowman, 1997; Foa y Riggs, 1993), algunas reacciones son relativamente comunes. Estas se pueden dividir en aquellas que aparecen en el período de emergencia inmediata, las que exhiben las personas después de 72 horas hasta pocas semanas después del evento traumático, y las secuelas a largo plazo. A continuación (a) discutiremos los efectos psicológicos en cada una de esas tres fases, (b) discutiremos la función que desempeñan las diferencias individuales e identificaremos las más importantes, y (c) presentaremos un modelo que puede ser útil para explicar las reacciones de las personas.
Reacciones psicológicas post-desastre:
Justo después o en medio de un desastre, las personas pueden reaccionar de dos maneras diametralmente opuestas y distintas, sin que esto signifique que una forma de reaccionar sea más normal que la otra. Algunos reaccionan con un alto grado de aturdimiento, de tal manera que no entienden lo que está pasando y, en este elevado estado de schock, pierden el sentido de orientación, del tiempo y hasta de la propia identidad. Este estado de schock puede explicar ciertas deficiencias cognitivas comunes a muchos traumas. Entre estas deficiencias cognitivas típicamente encontramos dificultad en recordar aspectos importantes del evento traumático. A veces, ese estado amnésico puede durar varios años (Elliot y Briere, 1995).

Lo más seguro es que las personas no estén reprimiendo esas memorias, sino que la información no fue bien codificada y almacenada en la memoria. La segunda manera de reaccionar en los momentos del desastre es con un elevado sentimiento de ansiedad. Esta ansiedad puede ser útil para que las personas puedan actuar más allá de sus fuerzas físicas y así logren sobrevivir. Esta misma ansiedad puede inyectar energía a las personas para que se dediquen a tareas de rescate, ignorando riesgos importantes hacia su integridad física. Pero, de igual forma, esta ansiedad impide a las personas identificar aspectos importantes en su medio ambiente físico y social, que les pueden ayudar a sobrevivir mejor el desastre.
Cuanto más grande es el trauma, mayor es la desestabilización de las estructuras psicológicas bien establecidas, como lo puede ser el sentido de identidad. Las confusiones sobre la identidad personal se pueden manifestar en confusión sobre los deseos y las metas que las personas tienen respecto a su vida, o en el sentimiento generalizado que uno no está al mando de sus acciones. Con frecuencia las personas manifiestan que es como si otra persona es la que está decidiendo y no ellos mismos (despersonalización), o se sienten separados de sí mismos y, por lo tanto, no se sienten responsables de sus propias acciones. Las personas que sienten su identidad asediada por el evento traumático muestran, con frecuencia, amnesia no sólo sobre aspectos del evento mismo, sino sobre detalles de su persona. Obviamente, si la experiencia de despersonalización dura mucho tiempo, corre el riesgo de una seria falta de identidad, lo que es particularmente peligroso en la niñez.
Experimentar dificultades en las relaciones interpersonales suele ser bastante común después de un desastre. Las personas encuentran particularmente onerosas las demandas que otros puedan tener sobre su tiempo y recursos. No es raro que las relaciones íntimas sufran como consecuencia del desastre, o se experimenten dificultades en poder mantener amistades. Esto resulta particularmente problemático, pues después de los desastres, las personas tienen necesidad de poder relacionarse con otros para poder solucionar problemas de supervivencia. En los albergues donde se encuentran muchas personas que han perdido sus casas, las dificultades en las relaciones interpersonales impiden ir creando un sentido de comunidad que ayude a la solución de problemas comunes, y alimenta actitudes individualistas.
Existen dos factores biológicos que inciden, de manera importante, en las respuestas que dan las personas ante un evento traumático. Uno de estos factores es la predisposición biológica o genética a la vulnerabilidad. Aunque hay que ser precavidos sobre este tema, ya que esta conclusión proviene mayoritariamente de estudios con animales (Bremmer, Southwick y Chorney, 1991; van der Kolk, 1987b), con todo, existe evidencia que señala diferencias en las reacciones psicológicas de los niños expuestos al mismo evento estresante, bajo condiciones controladas. Algunos ven en el hecho de que ciertas personas son más vulnerables en situaciones de alto estrés diferencias genéticas en temperamento. Sin embargo, sólo ahora se comienzan a explorar las predisposiciones innatas en cuanto al funcionamiento cerebral asociado al temperamento de los individuos, en situaciones de estrés y emergencia. Hay que considerar, igualmente, que aquello que a primera vista podría verse como genético, podría ser perfectamente el resultado de la interacción entre el temperamento de las personas con factores ambientales y ciertos procesos de aprendizaje. Como van der Kolk (1996b) señala, algunos cambios biológicos permanentes pueden ser consecuencia de factores ambientales, tales como la exposición a toxinas o a hormonas intrauterinamente, o a otras experiencias sociales.
El segundo factor lo constituyen aquellos cambios biológicos que resultan de la experiencia traumática misma. Algunos de estos se refieren a cambios neurológicos que se dan después de un trauma y que tienen relación con alteraciones en las funciones neurotransmisoras del organismo. Otros se refieren a las alteraciones en algunas estructuras cerebrales (por ejemplo, lóbulo temporal, amígdala e hipocampo) que se han observado en situaciones de estrés prolongado, de las que el organismo no puede escapar, y crean dificultades en la memoria y el aprendizaje. Igualmente aquí hay que ser cautelosos. Los factores biológicos interactúan con aspectos emocionales y sociales, creando una red complicada que hace difícil desentrañar la contribución específica de cada uno. Con todo, se puede concluir que las personas tienen fortalezas y debilidades emocionales de la misma manera que tienen fortalezas y debilidades físicas.

F62.0 Transformación persistente de la personalidad tras experiencia catastrófica

Transformación persistente de la personalidad que puede aparecer tras la experiencia de una situación estresante catastrófica. El estrés debe ser tan extremo como para que no se requiera tener en cuenta la vulnerabilidad personal para explicar el profundo efecto sobre la personalidad. Son ejemplos típicos: experiencias en campos de concentración, torturas, desastres y exposición prolongada a situaciones amenazantes para la vida (por ejemplo, secuestro, cautiverio prolongado con la posibilidad inminente de ser asesinado). Puede preceder a este tipo de transformación de la personalidad un trastorno de estrés post-traumático (F43.1). Estos casos pueden ser considerados como estados crónicos o como secuelas irreversibles de aquel trastorno. No obstante, en otros casos, una alteración persistente de la personalidad que reúne las características que a continuación se mencionan, puede aparecer sin que haya una fase intermedia de un trastorno de estrés post-traumático manifiesto. Sin embargo, las transformaciones duraderas de la personalidad después de una breve exposición a una experiencia amenazante para la vida como puede ser un accidente de tráfico, no deben ser incluidas en esta categoría puesto que las investigaciones recientes indican que este tipo de evolución depende de una vulnerabilidad psicológica preexistente.

Pautas para el diagnóstico:

La transformación de la personalidad debe ser persistente y manifestarse como rasgos rígidos y desadaptativos que llevan a un deterioro de las relaciones personales y de la actividad social y laboral. Por lo general, la transformación de la personalidad debe ser confirmada por la información de un tercero. El diagnóstico esencialmente se basa en la presencia de rasgos previamente ausentes como, por ejemplo:
a) Actitud permanente de desconfianza u hostilidad hacia el mundo.
b) Aislamiento social.
c) Sentimientos de vacío o desesperanza.
d) Sentimiento permanente de "estar al límite", como si se estuviera constantemente amenazado.
e) Vivencia de extrañeza de sí mismo.

Esta transformación de la personalidad debe haber estado presente por lo menos durante dos años y no debe poder ser atribuida a un trastorno de la personalidad preexistente o a un trastorno mental distinto del trastorno de estrés post-traumático (F43.1).
Incluye: Transformación de la personalidad tras experiencias de campo de concentración, desastres y catástrofes, cautiverio prolongado con peligro inminente de ser ejecutado, exposición prolongada a situaciones amenazantes para la vida como ser víctima de un acto terrorista o de torturas.
Excluye: Trastorno de estrés post-traumático (F43.1).

F43.1 Trastorno de estrés post-traumático

Trastorno que surge como respuesta tardía o diferida a un acontecimiento estresante o a una situación (breve o duradera) de naturaleza excepcionalmente amenazante o catastrófica, que causarían por sí mismos malestar generalizado en casi todo el mundo (por ejemplo, catástrofes naturales o producidas por el hombre, combates, accidentes graves, el ser testigo de la muerte violenta de alguien, el ser víctima de tortura, terrorismo, de una violación o de otro crimen). Ciertos rasgos de personalidad (por ejemplo, compulsivos o asténicos) o antecedentes de enfermedad neurótica, si están presentes, pueden ser factores predisponentes y hacer que descienda el umbral para la aparición del síndrome o para agravar su curso, pero estos factores no son necesarios ni suficientes para explicar la aparición del mismo.
Las características típicas del trastorno de estrés post-traumático son: episodios reiterados de volver a vivenciar el trauma en forma de reviviscencias o sueños que tienen lugar sobre un fondo persistente de una sensación de "entumecimiento" y embotamiento emocional, de despego de los demás, de falta de capacidad de respuesta al medio, evitación de actividades y situaciones evocadoras del trauma. Suelen temerse, e incluso evitarse, las situaciones que recuerdan o sugieren el trauma. En raras ocasiones pueden presentarse estallidos dramáticos y agudos de miedo, pánico o agresividad, desencadenados por estímulos que evocan un repentino recuerdo, una actualización del trauma o de la reacción original frente a él o ambos a la vez.
Por lo general, hay un estado de hiperactividad vegetativa con hipervigilancia, un incremento de la reacción de sobresalto e insomnio. Los síntomas se acompañan de ansiedad y de depresión y no son raras las ideaciones suicidas. El consumo excesivo de sustancias psicótropas o alcohol puede ser un factor agravante.
El comienzo sigue al trauma con un período de latencia cuya duración varía desde unas pocas semanas hasta meses (pero rara vez supera los seis meses). El curso es fluctuante, pero se puede esperar la recuperación en la mayoría de los casos. En una pequeña proporción de los enfermos, el trastorno puede tener durante muchos años un curso crónico y evolución hacia una transformación persistente de la personalidad (ver F62.0).

Pautas para el diagnóstico

Este trastorno no debe ser diagnosticado a menos que no esté totalmente claro que ha aparecido dentro de los seis meses posteriores a un hecho traumático de excepcional intensidad. Un diagnostico "probable" podría aún ser posible si el lapso entre el hecho y el comienzo de los síntomas es mayor de seis meses, con tal de que las manifestaciones clínicas sean típicas y no sea verosímil ningún otro diagnóstico alternativo (por ejemplo, trastorno de ansiedad, trastorno obsesivo-compulsivo o episodio depresivo). Además del trauma, deben estar presentes evocaciones o representaciones del acontecimiento en forma de recuerdos o imágenes durante la vigilia o de ensueños reiterados. También suelen estar presentes, pero no son esenciales para el diagnóstico, desapego emocional claro, con embotamiento afectivo y la evitación de estímulos que podrían reavivar el recuerdo del trauma. Los síntomas vegetativos, los trastornos del estado de ánimo y el comportamiento anormal contribuyen también al diagnóstico, pero no son de importancia capital para el mismo.

Incluye: Neurosis traumática.

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